Está claro que si entendemos por soberanía el poder para actuar con autoridad exclusiva en el interior de un espacio físico delimitado jurídicamente, el anhelo de la misma solo puede entenderse en clave de nostalgia. Porque no es el caso que en una época de irreversible globalización como la nuestra tanto los viejos buenos tiempos del bienestarismo y la solidaridad de clase, añorados por la izquierda, como los de la comunidad étnicamente homogénea y moralmente ordenada, echados en falta por la derecha, tengan el menor viso de volver a materializarse.
En el presente libro se despliega una brillante reflexión acerca de las razones por las que nos hemos ido convenciendo de que no queda futuro alguno que aguardar y, como consecuencia de ello, hemos ido volviendo la mirada hacia pasados completamente idealizados. No hay duda de que ha conseguido prender entre amplios sectores de la ciudadanía lo el autor denomina una mitologización retrospectiva en toda regla.
La incertidumbre en la que vivimos, especialmente tras la gran crisis del 2008, no ha sido solo fuente de perplejidad teórica, sino que está teniendo unos efectos prácticos bien visibles. Ha generado una notable desconfianza hacia gobiernos y elites en general, extendiéndose como una mancha de aceite el miedo hacia la deriva que puede tomar nuestra sociedad. Es así como los viejos principios del liberalismo político (división de poderes, limitación del gobierno popular, libertad de expresión), que antaño venían asociados a una estable prosperidad en todos los órdenes, han pasado a ser vistos como causantes de buena parte de nuestros males.