Tras la muerte de Luis XIV París se convirtió en un hervidero de nuevas ideas, salones, cenáculos y debates. La vida intelectual y mundana era apasionante en la capital francesa, referente de la Europa civilizada: el francés se impuso como la lengua del ingenio, la inteligencia y la conversación. Existen innumerables testimonios
de la fascinación que suscitaban Francia y su lengua: monarcas como Federico II y
Catalina de Rusia; príncipes y grandes señores como Eugenio de Saboya o el mariscal de Sajonia; cultivados viajeros como Hamilton o Caraccioli; escritores, abates o diplomáticos, como Franklin, Galiani, Grimm o Beckford. De todos ellos nos ofrece Marc Fumaroli un retrato erudito y vívido, acompañado de fragmentos de cartas u otros escritos que atestiguan el atractivo del ideal de «vida noble» que persiguieron.