Para alcanzar una vida buena -en palabras de Aristóteles- no es suficiente hacer un buen uso de la inteligencia. También el corazón solicita su necesario espacio. Los sentimientos son los que tienen la última palabra para que la felicidad vaya revestida de consuelo y compañía (en una convivencia gratamente compartida).
El prestigio de la razón no debería oscurecer -y todavía menos descalificar- a los sentimientos. Esta ha sido la intención al escribir estas páginas. Nuestra fragilidad y vulnerabilidad, propias de la condición humana, cuando son arropadas por los buenos sentimientos, transforman nuestra debilidad en fortaleza.