Edgar Wilson dejó su trabajo como aturdidor en el matadero. Ahora se dedica a recoger los cuerpos de los animales que mueren en la ruta y llevarlos a un depósito donde se trituran en un gran molino para convertirlos en compost.
Un día cualquiera, los graznidos de los buitres, fuertes y constantes, lo conducen hacia el interior de la mata, donde descubre el cadáver de una mujer ahorcada que se balancea suavemente. Sabe que no debe recoger un cuerpo humano, pero nada a su alrededor cumple la función que le fue asignada: ni la policía ni el sistema sanitario tienen las herramientas necesarias para resolver la situación.
Con un lenguaje crudo y conciso, Ana Paula Maia recrea una atmósfera donde los límites entre lo animal y lo humano, el bien y el mal, están en constante movimiento.