Me imagino que no peco de sentimentalismo si considero que la poesía es un ejercicio de fijación de la memoria, una autobiografía moral y estética misteriosamente paralela a nuestra biografía, un testimonio más o menos razonado de fantasmagorías y de certidumbres.
Al cabo del tiempo, en un poema resuenan las pisadas de ese tiempo, los pasos que dimos hacia nosotros en busca de nosotros. Y, a la vuelta de los años, a la vuelta de los libros, relee uno lo escrito y -al margen de su grado de valor- encuentra un sentido inesperado a todo ese afán, a todas esas palabras ordenadas: la poesía como la nostalgia inconcreta de uno mismo. La poesía propia como el mensaje embotellado de un náufrago que el capricho de la marea devuelve a la misma orilla en que lo arrojó.
La poesía como una relectura, en fin, de la propia vida, transformada ya en una leve ficción y ajena al tiempo, acogida a un melancólico simulacro de eternidad, mientras la vida pasa. F.B.R.