En una de sus estancias en lo más recóndito de la selva peruana, el antropólogo Jeremy Narby tomó conciencia del extraordinario conocimiento que los chamanes tienen no sólo sobre las plantas, sino también sobre los detalles de sus interacciones bioquímicas y moleculares. Y quiso averiguar cómo estos hombres, ajenos a toda herramienta científica y al propio paradigma de la ciencia occidental, podían haber accedido a este tipo de información. La respuesta que recibió de los chamanes fue tan simple como inesperada: fue la propia ayahuasca, planta maestra y visionaria, quien se la transmitió. Pero ¿acaso era posible, gracias al estado alterado de conciencia que facilitan ciertas plantas, acceder al conocimiento atesorado en el propio ADN? Su investigación no había hecho más que empezar.