En la Irlanda rural de principios de los ochenta, una niña es llevada a casa de unos parientes a pasar una temporada, hasta que su madre haya dado a luz al último de sus hermanitos. En casa de los Kinsella todo contrasta con su hogar: hay baño y no letrina, una máquina blanca a la que llaman freezer, e insisten en que allí no hay secretos. Pero ella no solo descubrirá uno, sino también que el dolor puede convertirse en ternura.
Un libro sublime y sugerente sobre la cambiante línea entre el secreto y la vergüenza, sobre ese intersticio entre lo que debe ser dicho y lo que debe callarse.