Me llamo Verónica Jiménez, tengo treinta y ocho años y soy una mujer independiente, trabajadora, autónoma y, según dicen, bastante cabezota y controladora. Desde que mi príncipe azul se convirtió en un sapo, me impuse tres reglas para disfrutar del sexo. La primera: nunca con hombres casados. La segunda: no mezclar jamás el trabajo y la diversión. Y la tercera, pero no por ello menos importante: siempre con hombres menores de treinta años. ¿Por qué? Pues porque sé que ellos van a lo mismo que voy yo: ¡a disfrutar!
Hasta el momento he tenido buenos resultados. Sin embargo, en uno de mis viajes de trabajo he conocido a Naím Acosta, un hombre de unos cuarenta, seguro de sí mismo, atractivo, sexy y tremendamente romántico, que me está volviendo loca. Es verlo y el corazón se me acelera. Es oír su voz y toda yo me acaloro. Es pensar en él y noto que en mi estómago corren elefantes en estampida. Sé que somos muy diferentes, pero los polos opuestos se atraen, y nosotros no paramos de chocar, y probar y
y
y
Bueno, mejor me callo, dejo que leas y cuando termines ya me dirás si tú habrías probado
¿O no?